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Cómo tender un puente: Integrar conocimiento indígena y ciencias en un programa no formal de educación ambiental

Por Deanna Kazina y Natalie Swayze

Traducido por Francisca Ripoll

Una de las características destacables de ser educador ambiental es poder presenciar la primera aproximación de un estudiante al descubrimiento de la naturaleza, sea ésta hacia un pequeño insecto o un bosque completo. Aun así, los niños que han crecido en vecindarios del centro de la ciudad, están usualmente desconectados de la naturaleza. En una excursión, estudiantes de cuarto grado me contaron que era la primera vez que visitaban un bosque. Otros no han podido identificar vegetales comunes, tales como tomates, pepinos y maíz. Esta falta de conocimiento acentúa las brechas en el contexto de la educación ambiental. Una cosa es enseñar la ciencia de la contaminación, la pérdida del hábitat o el cambio climático. Otra muy distinta es impartirles los principios de gestión. La gestión implica aceptar una responsabilidad por el futuro del planeta. Pero, si no tenemos una relación significativa con la Tierra, ¿qué motivación existe para hacer otra cosa que no sea temerle? El miedo puede ser racional, pero sólo con admiración, sobrecogimiento y respeto surge un afecto por el lugar, que es lo que subyace a la gestión. Cuando nos conectamos con el lugar donde vivimos, podemos concebirnos a nosotros mismos como una parte y no como un ente separado de la Tierra. Esto afecta nuestras acciones tanto a nivel consciente como a nivel inconsciente, e inevitablemente moldea nuestras interacciones con el medio ambiente.

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