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Aprendiendo con Líquenes

Por Andrew Kett, Sonia Dong, Heather Andrachuk, y Brian Craig
Traducido por Felipe Ibarra-Martinez

Puede ser todo un reto el tratar de hacer que los problemas del ambiente, como la contaminación del aire, sean concretos y significativos para los estudiantes. Ellos aprenden los conceptos generales y las causas y efectos más sobresalientes: los gases que causan el efecto invernadero, la lluvia ácida, el cambio climático: pero en muchas ocasiones, los problemas parecen tan grandes e intangibles que a los estudiantes se les dificulta comprender cómo estos problemas se conectan a sus vidas diarias. Efectivamente, tanto los instructores como los alumnos pueden correr el riesgo de ‘perderse entre la maleza’, de conceptualizar demasiado y no percibir los detalles. Como educadores que somos, nuestra meta es convertir estos problemas del ambiente a situaciones relevantes, locales y concretas, para mostrar a los estudiantes cómo estos problemas afectan al medio ambiente local en maneras que se pueden ver y sentir. Cuando se aprende acerca de la contaminación del aire, una forma en la que se puede lograr esta meta es poniendo a los estudiantes a monitorizar la calidad del aire usando líquenes, que actúan como indicadores biológicos.

¿Qué son los líquenes?

La primera impresión indica que los líquenes son una clase de musgo, pero una examinación más cuidadosa revela que se trata de una forma de organismo vivo único. Cada líquen está compuesto no de uno, sino de dos organismos: un hongo, y un alga o cianobacteria. Los dos organismos viven en una relación simbiótica, en la cual el alga provee a ambos miembros de la energía necesaria, mediante la fotosíntesis, mientras que el hongo le da abrigo y protección al alga.

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